Por qué mi perro Pisto es mejor gerente que el 90% que he conocido.

Olvídate de las escuelas de negocio. Las tres reglas de oro de mi perro Pisto para gestionar un cotarro te enseñarán más que cualquier jefe con corbata. Y te harán reír más.

Guillermo Bernal

4/17/20252 min read

Por qué mi perro Pisto es mejor gerente que el 90% que he conocido.

He estado en reuniones que duraban más que un servicio de boda. He visto a tipos con corbatas más caras que mi juego de cuchillos hablar durante horas de "sinergias", "KPIs" y de ser "proactivos". Palabras que suenan importantes, pero que están más vacías que la nevera de un estudiante a fin de mes.

Salía de allí con la cabeza como un bombo, pensando que para decir gilipolleces durante dos horas no hacía falta alquilar una sala.

Luego llego a casa, abro la puerta y me encuentro con mi gerente de verdad: Pisto.

Mi perro. Un chucho cruce de labrador y de mala leche con denominación de origen. Pisto no ha ido a ninguna escuela de negocios. No sabe lo que es un Excel. Y, sin embargo, dirige mi vida (y mi cocina, cuando le dejo entrar) con una maestría que ya quisieran muchos de esos 'managers' de manual.

Su filosofía de gestión se basa en tres reglas sagradas. Apuntad, que esto no lo enseñan en los másteres.

Primera regla: El proveedor que llega tarde, se lleva un ladrido.

A Pisto le da igual si al del pescado se le ha pinchado una rueda o si al de las verduras le ha dejado la novia. El género tenía que estar aquí a las ocho. Si no está, Pisto le monta un comité de bienvenida que no olvida en la vida. No es rencor. Es eficiencia. Un proveedor que falla retrasa a toda la cocina. Pisto no entiende de excusas, entiende de resultados. ¿Cuántos jefes conocéis que permiten que la incompetencia de uno joda el trabajo de diez? Pisto no. Con Pisto, o cumples, o al carrer.

Segunda regla: Si no hay nada que hacer, se duerme.

Esto es de genio. En el mundo de la hostelería, y en cualquier curro, parece que tienes que estar moviéndote todo el rato para que parezca que trabajas. Pisto no. Si las comandas están al día, la cocina limpia y el servicio tranquilo, se tumba en su rincón y se echa una siesta. Optimización de energía, lo llaman los listos. Sentido común, lo llamo yo. No crea problemas donde no los hay. No convoca una reunión para "analizar el flujo de trabajo en momentos de baja intensidad". Descansa. Y cuando hay lío, está fresco como una lechuga.

Tercera regla: Se hace respetar sin decir ni una palabra.

Pisto no necesita gritar. No necesita amenazar. Cuando entra en la cocina, se hace un silencio. Se pasea, te mira con esos ojos que parecen saber que ayer quemaste el arroz, y se tumba. Y ya está. Ha dejado claro quién manda. Su presencia impone. Consigue lealtad con un movimiento de rabo y un lametón a traición, no con ejercicios de "confianza" en un hotel de cinco estrellas. Mantiene la moral del equipo alta porque es justo: si te portas bien, puede que te caiga un trozo de chorizo; si la lías, te llevarás una mirada de desprecio que te hunde en la miseria.

Y esa es la lección.

Al final, dirigir no va de PowerPoints ni de palabras rimbombantes. Va de cosas sencillas: de exigir responsabilidad, de no malgastar el tiempo y de ganarse el respeto con hechos, no con cháchara.

Así que sí, mi perro Pisto es mejor gerente que el 90% de los que he conocido. Porque él tiene un MBA de los de verdad.

El de la Mala leche, las Babas y la Autenticidad.