Tu opinión de TripAdvisor me la paso por el forro de los cojones.
Antes, el crítico era un tío que sabía. Ahora, es cualquiera con un móvil y demasiado tiempo libre. Hablemos de la tiranía de la estrellita online y de por qué tu 'expertise' de una noche no vale ni para envolver pescado.
Guillermo Bernal
3/15/20253 min read


Tu opinión de TripAdvisor me la paso por el forro de los cojones.
Vamos a dejar una cosa clara desde el principio. Esta pantalla que tienes delante, este móvil que sostienes con la mano con la que luego te hurgas la nariz, te ha hecho creer que tu opinión importa.
Y sí, claro que importa. Le importa a tu madre, a tu pareja (a veces) y a tu perro cuando agitas la bolsa de las galletas. Pero en mi casa, en mi cocina, tu opinión de una noche, con tu "paladar de experto" forjado a base de ver tutoriales de TikTok, vale menos que la palabra de un político en campaña electoral.
Antes, para que tu juicio sobre un restaurante saliera en un periódico, tenías que saber. Tenías que haber comido en más sitios que una comisión de sanidad. Tenías que distinguir un fondo de carne de uno de sobre. Tenías que haberte ganado el derecho a hablar. El crítico era un tío respetado, o al menos temido. Era un duelo justo.
¿Ahora? Ahora el crítico es cualquiera.
Es un chaval que viene con su novia, se pasa media cena haciéndole fotos a la chica y una a la comida (con flash, por supuesto), y al día siguiente te planta una estrella porque el camarero no le sonrió lo suficiente. ¿Pero tú qué coño sabes si a ese camarero se le acaba de morir el gato o si lleva 12 horas de pie aguantando a gilipollas como tú? Vienes a comer, no a un concurso de Miss Simpatía.
Es la señora que se queja de que el solomillo está "demasiado rojo", después de pedirlo "poco hecho". Es el enterado que dice que la salsa "no es la receta original de la nonna de un pueblo perdido de la Toscana" que él vio en un documental. ¡Pero si tu abuela freía las croquetas congeladas, fantasma!
Y luego está la joya de la corona: el influencer. El que te manda un email con más exigencias que una estrella del rock para ofrecerte la "oportunidad" de darte a conocer. Te pide la mejor mesa, la botella más cara y que le invites hasta al postre. A cambio, te subirá una story borrosa que verán cuatro gatos. ¿Sabes qué? Prefiero pagar por un anuncio en la parada del bus. Al menos sé que lo verá gente que de verdad sale a cenar, no niñatos que coleccionan comidas gratis.
La tiranía de la estrellita online nos está volviendo locos. Nos tiene acojonados, pendientes de la opinión de un ejército de anónimos con demasiado tiempo libre. ¿Y sabes qué es lo peor? Que les hacemos caso.
Yo me niego.
Mi validación no es una estrella en una app. Mi validación son los platos que vuelven limpios a la cocina.
Es la pareja de abuelos que viene cada domingo a comerse el mismo arroz porque les sabe a casa. Es mi equipo, reventado pero orgulloso al final del servicio. Es la cuenta de resultados a fin de mes, que me dice si el barco flota o se hunde.
Esa es la verdad. El resto es ruido.
Así que, con todo el respeto del mundo (o con el poco que me queda), la próxima vez que vayas a escribir una de esas opiniones "constructivas" después de tu única visita, hazme un favor: piensa si de verdad sabes de lo que hablas. Y si no, ahórrate la tinta digital.
No la necesito para cocinar. Y desde luego, no la uso para envolver el pescado. Para eso, el papel de periódico de toda la vida sigue siendo insuperable.
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